noviembre 17, 2008

La última estela de mi adicción.

Entro, pido un café y prendo un cigarro. Preparan el café, mientras al toser pienso en ti. Decidido estoy a fumar hasta el final mi último cigarro ¿Apagaré el cigarro para no toser más? La gente me mira con cara de querer preguntarme cómo me siento, por qué hago lo que hago. Yo sin interés sigo fumando, sigo tosiendo, empiezo a sentirme mal ¡Qué importa! no hay vuelta atrás. Me traen el café, por lo que estoy contento, tomando y fumando.
Imagino mi porvenir con cables por mi cuerpo y en mi cabeza, entre doctores y enfermos (que son lo mismo). Me río. Obviamente sigo tosiendo, pero no por ello, lo dejaré de lado. Prefiero mi adicción. Se me acabó el último cigarro, tampoco hayo rastro de tabaco en la cajetilla. Sin embargo, yo insatisfecho, camino a la mesa del frente, les expreso mi situación y les pido un cigarro. Vuelvo a mi silla para pedir nuevamente un café, no obstante, me equivoco y pido un par de cervezas. Ahora me acompaña Soledad. Se acaba mi tos, me encuentro encerrado, bajo cuatro paredes blancas. No estoy muerto, pero sí enclaustrado ¿Dónde? Un psiquíatrico tal vez. Sin importarme seguiré con lo mío, escribiré las blancas paredes, pensaré en mi loca mente, imaginaré colores en esta blancura y me ahogaré con el humo que tape esta pieza, cuando no pueda seguir respirando, ni escribiendo, ni pensando, ni imaginando, ni fumando, será porque salí de aquí.
Ruego un café para quitar durante algunos minutos la tos, pero me encuentro sólo. Nadie trae café y se me ha acabado la tos, buscaré cigarros. No hay. Acá no encuentro nada, estoy sólo, me percato que ahora no hay paredes, pero tampoco ruido. No me importa, porque caminando, me di cuenta que lo que imagino lo creo, así que fumé un cigarro. Sin tos, ni humo.