diciembre 24, 2008

Amorosa incertidumbre

Moribundo camina por las veredas del centro de la ciudad. Mirando a todos lados. Respirando rápido, pero profundo. Avanzando sin ningún objetivo. Queda perplejo en la esquina. Pasan autos, micros, camiones, taxis y colectivos. Él sigue allí. Inmóvil. Levanta la mirada, conoce esa cara. Las nubes la representan, hermosa y ficticia. Lejana. Desesperado, corre a buscarla. Búsqueda infinita, encuentro utópico. Eso, ese amor, real, confuso, idealmente extraño, hermoso e incomparable. Lo ve, lo siente, lo aprecia, lo quiere, lo tiene. Mira las nubes, esas preciosas nubes, que pretenden decir algo. Mira un reloj que ve al pasar y como pasan las manecillas, avanza él con su caminar. Profundamente decidido hacia adelante. Sin destino, ¿qué importa?, tiene a las nubes. Cae la noche, él feliz camina con su interesado encuentro, mira las estrellas, ellas lo alumbran, la luna, lo observa detenidamente. Llena y gorda, blanca y espectante. Lo persiguen. Bajo las leyes de un lugar sin ley, sigue su rumbo. Luego de años vuelve a casa, viejo, cansado, contentísimo de esa incertidumbre de vida que le ha tocado vivir durante todo este tiempo. Bello pasar, lindo despertar. Suena el despertador, nuevamente hay que ir a trabajar. Encerrado físicamente, mas libre a fin de cuentas. Se arranca. Se va para abrazar esas nubes, esas estrellas, esa luna. Lo deja todo por esos preciosos ojos que lo miran. Desarraigado del mundo, corre con esa precisa y agradable esperanza. Utopía realizable. Utopía inalcanzable. Linda utopía. Lugar común y perfecto. Ese lugar, ese mundo para dos.